es momento de dejar que otros se paseen por este vagón...
Estación Bellas Artes, donde siempre se baja apresuradamente: Kala Madriz
Escucho cientos de pasos, no dejan de ir y venir, no conozco a nadie a mi alrededor y al igual que muchos de ellos evado el hecho de estar caminando con desconocidos, los vuelvo invisibles; no los siento, ni ellos a mí.
Camino lo más rápido que puedo, sólo porque la muchedumbre inconscientemente me lo exige. No es un trayecto muy largo, las cerámicas rosadas con verde que nos invaden están impregnadas de innumerables historias, secretos o cuentos que en el recorrido, una vez que los comenzamos a escuchar, se vuelven totalmente imperceptibles.
Me distraigo con las miradas que no van a ningún lado, casi todas dirigidas a un punto infinito en el suelo sucio, y que mientras van avanzando se van alejando; probablemente están inmiscuidas en algún tema que invade y compete los pensamientos de quienes caminan.
El ambiente melancólico de las paredes rosadas, luego de varios metros de caminata, es sustituido por grandes figuras geométricas de colores vivos que hacen avivar el contexto, mas no los sentimientos escondidos en los distintos rostros que de forma rutinaria hacen este recorrido.
Sigo caminando y todo cambia de dirección, ya no me guía la marcha de los pasos y los cuerpos aprisionados en este pasillo sino mi propio sentido de orientación, todo acaba ahí, en las cerámicas amarillas, aunque en el camino que me espera en la ciudad sobre mi cabeza, no voy a dejar de encontrarme pasos sin interés y tampoco voy a dejar de volver a andar por pasillos subterráneos.
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